Recursos Humanos, Reservorio

El valor del respeto y la empatía en el trabajo educativo. A propósito de la película El suplente. Por la Dra. Ana Lamas.

                Viví en el seno de una familia que me inculcó la curiosidad y estimuló el hábito de la pregunta. Buscaba información y hasta exploraba en las zonas bizarras, confusas o “blureadas”, que me presentaban, en ocasiones, verdaderos dilemas morales. Tal vez, por ese motivo cada vez que llega a mis oídos una música, el sonido de las olas del mar, o cuando mi vista se deslumbra ante un paisaje, una pintura, una película o una novela, disfruto preguntando algo más allá de lo que veo, leo, escucho, saboreo, palpo o siento. Lo curioso o no tanto, es que casi siempre lo relaciono con la educación.

Me pasó con  pinturas, tales como  La lección de anatomía del Dr. Nocolaes Tulp del pintor Rembrandt o con La academia de Rafael Sanzio o con la más reciente Visitando una escuela rural de Norman Rockwell (1947). Pero hoy no son pinturas las que me invitan a preguntar sino una película argentina: El suplente, protagonizada por Juan Minujín, dirigida por Diego Lerman producida por él y Nicolás Avruj.

El film nos ubica en la relación que se establece, en un colegio del conurbano bonaerense, entre un profesor de literatura de secundaria y sus alumnos. Plantea un tema más amplio que el propiamente educativo y se adentra en el trabajo docente y en el conflicto social.  Allí aparecen diferentes realidades de educadores, estudiantes, grupos y su entorno. Incluye al colegio como institución inmersa en un mundo atravesado por la violencia, el abandono, la droga en el que conviven familias complejas con familias que piensan en el valor de la educación como forma de progreso social típico de la modernidad[1] y ponen en duda lo que la escuela ofrece hoy, en torno a los valores de aquel entonces.

Tal vez, no sea difícil imaginar algunas preguntas que   me disparó la película: ¿Cómo se puede concretar el respeto a la diversidad en las escuelas? ¿Qué actitudes desplegamos los profesores frente a los alumnos con necesidades sociales diferentes? Enseñar las competencias duras, esto es el contenido específico de la materia cuando la inteligencia artificial responde casi todo ¿qué validez tiene? ¿Qué fue del respeto – enriquecido con la empatía-, la sencillez, la igualdad- hoy diríamos equidad- con ejemplaridad y sin diferencias que imaginó Sarmiento? En definitiva, la escuela como institución que incluye a todos en la mejora por el mérito, típico de la modernidad ¿Ha caducado o vivimos una modernidad inacabada y no como piensan los escépticos la muerte de los valores que aquella escuela pregonó y enseñó?

Empecemos por recordar que para la generación argentina del 80 – con un pensamiento moderno- la escuela era el motor del ascenso social, el elemento de identidad nacional, la formadora en civilidad, la promotora de igualdad. Tan iguales éramos que, todos: ricos y pobres, altos y bajos, rubios y morenos, maestros y alumnos vestíamos guardapolvo blanco con orgullo, en la escuela pública oficial. Era la mostración simbólica del valor de la igualdad de oportunidades. Pero no solo eso, éramos iguales porque solo en la escuela había tiza, pizarrón, biblioteca, libros, mapoteca y en casos especialísimos algún proyector en blanco y negro. Los recursos tecnológicos para aprender vivían en la escuela y algunos teníamos la dicha de poseer libros en casa, pero no más que eso. Y al pisar el primer peldaño de la escuela, la campana nos invitaba a formar y a cantar Aurora u otra oración en el momento de izar el Pabellón Nacional. Era el respeto que con ejemplaridad los docentes mostraban ante los símbolos patrios y nosotros imitábamos. Es cierto también que había demasiado enciclopedismo, que no todos éramos y somos iguales porque partíamos de lugares diferentes con competencias diferentes también y realidades socio-culturales distintas, pero la homogeneidad era una creencia de la época. Teníamos en la memoria la agenda que hoy guardan los celulares, no existían las computadoras personales, menos aún los video juegos y la inteligencia artificial. Tampoco contábamos los profesores con los estudios actuales de la psicología, las neurociencias, las teorías de la comunicación, de la diversidad y la inclusión educativa, pero la formación en competencias blandas (actitudes) se respiraba en el aire.

En la actualidad, las estrategias de enseñanza de los contenidos se están modificando lentamente y en buena hora que eso esté ocurrido. Lo exige el cambio de época, aunque todavía algunos de los temas resulten anacrónicos.  Pero en este último año la inteligencia artificial se constituyó como un informador, tutor, coach, mentor además de ser una herramienta que permite aprender con prácticas simuladas.  Sin embargo, esperamos algo más de las instituciones educativas … que no cambien los valores humanos como la ejemplaridad, el respeto al que agregamos uno más que la psicología nos enseñó y que muchos docentes lo ejercían de modo intuitivo como el profesor suplente de la película, me refiero a la empatía. Implica ponerse en el punto de vista del otro y desde esa realidad orientar, enseñar, acompañar y guiar. Dicho de otro modo, significa educar con respeto hacia el otro, que se concreta en equidad, superando el concepto de igualdad en el que creyó la modernidad. Es equitativo el docente que le ofrece a cada uno lo que necesita partiendo desde el lugar individual del que personalmente el alumno se lanza al desafío, en este caso, de aprender.  Lo que la institución educativa no puede abandonar es la formación de actitudes, despertando emocionalidad que provoca la curiosidad, la satisfacción se sentirse incluido, el placer de conformar verdaderos equipos de trabajo, en definitiva, aprender y encarnar las habilidades blandas personales y sociales, que en los últimos tiempos se han visto debilitados.

Finalmente, apreciado lector, quise ofrecer una mirada educativa esperanzadora y con ojos renovados, para que la pasión docente no se apague ante las dificultades… recordando a El suplente –no tanto por sus valores artísticos sino por el mensaje que nos deja a quienes enseñamos-…como lo escribió poéticamente Rubén Darío: No dejes apagar el entusiasmo, virtud tan valiosa como necesaria; trabaja, aspira, tiende siempre hacia la altura.

Autora Dra. Ana María Lamas
Lic. en Ciencias de la Educación (UBA) y Dra. en Filosofía Y Educación con reconocimiento “Cum Laude”. Especialista en Ciencias Sociales y Educación a Distancia.
Docente y directiva en el nivel secundario y universitario. Dictó cursos y seminarios sobre su especialidad en Argentina, América y Europa. Publicó artículos en revistas científicas en el país y en el extranjero.
Escribió libros académicos y de divulgación científica referidos a educación, nuevas tecnologías, juego y trabajo. Emprendió la creación y luego la gestión de una radioeducativa escolar, movida por la percepción del poder educador de los medios de comunicación.
Ha recibido el Premio a la Excelencia Educativa otorgado por la Federación de Cámaras de Comercio del Mercosur. Actualmente es profesora en Maestrías en UCES y Directora de la Lic. en Periodismo de Universidad Maimónides


[1] Modernidad: período histórico y cultural de occidente que se caracterizó por el valor de la razón, así como por la creencia del progreso y el orden como motor de la mejora social. Se ubica su inicio en el Siglo XVIII y tiene algunos efectos hasta nuestros días.

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