Cuando pienso en las bondades de la calma, aparece la imagen de mi tortuga Juanita. En una casa con un parque muy grande deambulaba tranquila en verano y no la encontraba en invierno, aunque la buscara por todos lados cuando compartía, con mis hermanos y amigos, el juego de la escondida. No sé cómo llegó, probablemente algún paciente de mi padre se la haya regalado como se acostumbraba a agasajar al médico de pueblo a mediados del siglo pasado. Siempre la veía en su lentitud y perseverancia, paciente, serena, de movimientos suaves y con una larga vida. Lo más curioso fue lo que escuché del responsable de la Estación Científica Charles Darwin en Puerto Ayora en las Islas Galápagos: -Una de las tortugas de las islas, llamada Harriet, vivió 175 años.
A diferencia de las tortugas, los humanos vivimos menos tiempo y más acelerados, en burbujas corta duración, en espacios inciertos y relaciones turbulentos … Podríamos incorporar a ellos momentos de lentitud, duración más larga, focalizados en la calma ¿Qué tiempos vivimos y qué tiempos quisiéramos vivir? ¿Podríamos pedirle a la nueva educación en la perplejidad1 que incorpore alguna herramienta para lograr la sabiduría? En definitiva, ¿podríamos aprender a vivir en el modo bluereado2, en donde se mezcle el modo slow con el modo fast?
Empezar a deshojar el tema como la margarita, es una buena forma de responder con calma las preguntas. Un ejemplo puede ayudar a la reflexión más profunda. Hace unos meses en un encuentro de orientación laboral y educativa conversando con un joven de 20 años que tenía 3 objetivos claros en su vida (recibirse de la carrera universitaria, seguir con su microemprendimiento digital y encontrar trabajo para ganar dinero y obtener las cosas que necesitaba), mostraba en su comportamiento una aceleración importante. Parecía que quería quitar hojas del almanaque velozmente sin darse cuenta de que hay procesos que no se pueden acelerar por más buenas intenciones que se tengan. Le planteé que la velocidad con que deseaba lograr sus metas le podía hacer perder de vista el primer objetivo que es la base de los otros dos, obnubilado por tantas variables a manejar a la vez y que necesitan tiempo procesual. Lo invité a “bajar un cambio” como dicen los jóvenes y a realizar ejercicios de serenidad y calma para tener un panorama de que el tiempo es limitado para el ser humano y que por querer avanzar en los tres objetivos rápidamente le podría salir mal la jugada, aunque él no lo percibiera así. La idea es optimizar el tiempo y no perderlo por apresurado.
El arte de mantener la calma no es un tema nuevo, ya Séneca, filosofo estoico que vivió en Roma durante el Siglo I, lo utilizó como título de su libro, en el que a través de una serie de cartas dirigidas a su discípulo Lucilio desarrolló la idea de lo que hoy se denomina manejo del estrés ante las preocupaciones cotidianas o lo que él desarrolla como del arte de gestionar y controlar la ira y los impulsos negativos. Postula que la serenidad es una elección personal que se puede aprender a controlar a la vez que propugna un enfoque positivo ante la adversidad con la ayuda de la práctica de estrategias de meditación y reflexión.
Carl Honoré, periodista y escritor suizo en nuestros días, precisamente en 2005 retoma esa idea en el Elogio de la lentitud en una cosmovisión opuesta a la cultura de la velocidad. Sugiere adherir al movimiento slow como respuesta a la aceleración actual. La idea es centrarse en el presente, disfrutar y a lo ya señalado por Séneca agrega el tema de la alimentación y el ejercicio regular no presentes en la antigüedad dado que las piernas eran el medio de transporte en general, y la alimentación no estaba sometida a los procesos de industrialización con agregados químicos como estamos acostumbrados hoy.
Si bien ambos autores comparten la temática de la serenidad uno se enfoca más en la respiración y en la reflexión – hoy se diría que son prácticas de mindfulness3 y otro en el disfrute presente. Desde mi punto de vista estimo que la lentitud en sí misma no es sinónimo de calma, aunque la facilita. Más bien la primera -lentitud- es una actitud mientras que la segunda encarna el valor -calma- de esa actitud.
Si como señaló el filósofo romano la calma se puede aprender, estimo que la práctica de mindfulness se puede enseñar en las institucione educativas de la misma manera que algunas organizaciones empresariales la incluyen entre las actividades opcionales como forma de mejorar el clima laboral y las relaciones humanas. No es que la vida deba ser una reflexión constante y permanente que no permita la excitación de los desafíos. Lo que propongo es incorporar la calma a la vida cotidiana de manera blureada, de tal forma que ante situaciones difíciles se pueda encontrar el tiempo de serenidad para seguir adelante con trabajo, sabiduría y bienestar para sí y con el entorno.
Y como la fábula de Esopo La libre y la tortuga, no por correr con mayor aceleración se llega a la meta deseada. A veces durante el camino desperdiciamos el tiempo por querer acelerar los procesos sin darnos cuenta, como le podría suceder al joven del ejemplo.

Ana María Lamas
Lic. en Ciencias de la Educación (UBA) y Dra. en Filosofía Y Educación con reconocimiento “Cum Laude”. Especialista en Ciencias Sociales y Educación a Distancia.
Docente y directiva en el nivel secundario y universitario. Dictó cursos y seminarios sobre su especialidad en Argentina, América y Europa. Publicó artículos en revistas científicas en el país y en el extranjero.
Escribió libros académicos y de divulgación científica referidos a educación, nuevas tecnologías, juego y trabajo. Emprendió la creación y luego la gestión de una radioeducativa escolar, movida por la percepción del poder educador de los medios de comunicación.
Ha recibido el Premio a la Excelencia Educativa otorgado por la Federación de Cámaras de Comercio del Mercosur. Actualmente es profesora en Maestrías en UCES y Directora de la Lic. en Periodismo de Universidad Maimónides