Hace un tiempo llegó hasta mis manos el libro La madre tigresa de Amy Chua: Me llamó la atención un término que la autora usaba recurrentemente “generación de blanditos”. Tal como lo sospechaba se refería a la falta de exigencias con que algunas padres, profesionales, docentes y adultos en general, tratan a niños y jóvenes. ¿Por qué se ven los chicos como blanditos? ¿Podría ser porque son hijos de una comunidad de personas adultas ¿blandas?… que, por creencias, por comodidad, por omisión o por desconocimiento u otra razón descuidan los límites que hacen a la inclusión en el mundo? Si bien es un poco arriesgado hacer pronósticos sobre una generación de blanditos, al menos vale la pena detenerse a pensar lo que está sucediendo a nuestro alrededor a partir de la propuesta de Chua, La madre tigresa quien sugiere formar hijos leones. ¿Se puede hablar en términos de oposición leones o blanditos o existen opciones intermedias? La pregunta me remitió directamente al concepto de “antifragilidad”. Pero. qué tiene que ver con lo que estoy planteando. Veamos.
Es frecuente escuchar de padres y educadores cuando se refieren a los chicos, expresiones tales “nunca imaginé que llegaría al extremo de mentir tanto” o “su actuación no tiene nada que ver con lo que le enseñamos”. Es que hacerse cargo de lo casi inimaginable e ir diseñando un mapa de futuros escenarios dinámicos y cambiantes, es bastante difícil, aunque no imposible. Para superar ese escollo es importante reconocer las limitaciones para predecir acontecimientos, aprender a no subestimar lo improbable y actuar tomando mejores decisiones.
En ocasiones los niños o jóvenes, padres o educadores son frágiles…, cualquier situación problemática, impensada o no deseada los rompe en un montón de pedazos. Pongo por caso, el chico que no consiguió la figurita de Messi del mundial en tiempo y forma y exige más y más paquetes para no caer en una angustia insoportable; o el adolescente que se dio cuenta a fin de año que debía estudiar para aprobar una materia y estalla escandalosamente cuando advierte que no le alcanza el tiempo; o el adulto que no percibió las señales que le enviaba su hijo antes de drogarse y “se agarra la cabeza” cuando lo descubre. Todas esas conductas muestran una limitación enorme para predecir acontecimientos y en general los protagonistas se quiebran en llantos, violencia, apatía o angustia.
Pero ¿qué vinculación observo entre la generación de blanditos expuestas en los ejemplos anteriores con la antifragilidad?
El concepto fue desarrollado por Nassim Nicholas Taleb en su libro Antifrágil: las cosas que se benefician del desorden, publicado en el año 2012. En la presentación señala que si bien todos conocemos el concepto de fragilidad aún no se ha esbozado la significación de su opuesto: “antifragilidad” que no es lo mismo que robustez. En efecto, Taleb sostiene que lo robusto se aplica a aquella persona/sistema que frente a situaciones adversas puede sobreponerse, resistir, pero permaneciendo igual, mientras que lo antifrágil puede recibir los embates de la vida, pero los supera mejorando la situación inicial. Y así como dentro de la psicología se advierte que algunas frustraciones valen para el crecimiento de los niños y jóvenes, que vencer obstáculos para lograr los objetivos es constitutiva de la convicción; Taleb, afirma que privar a las personas y a las organizaciones – como sistemas- de factores estresantes vitales no es necesariamente algo bueno, es más, puede ser francamente dañino.
La vida no es un happy end, después de innumerables contratiempos, como algunas películas nos la han presentado, habitualmente tenemos relaciones humanas conflictivas, pocos likes en publicaciones de Instagram, jefes laborales insufribles, presiones económicas diversas, soledad insoportable. Hoy las generaciones nuevas se están acostumbrando al “yoísmo” (quiero yo) y “yaísmo” (quiero ya) del que nos mal acostumbró Google que nunca duerme ni se detiene porque es eterno presente. En consecuencia, los niños y jóvenes no habituados a esperar, no ejercitados en la paciencia, frente a adultos perplejos, aprovechan a presionar con sus demandas o a “zafar” de cualquier manera cuando se busca una satisfacción. Y los adultos por comodidad, ignorancia u otros motivos tienden a satisfacer los reclamos, evitándoles las necesarias frustraciones con sentido. En ocasiones, no los escuchan, no los miran y por lo tanto pierden la oportunidad de conocerlos para orientarlos. La vida transcurre también en el mundo físico-real, que no es la ficción o la virtualidad.
¿Podríamos aprovechar las experiencias desafortunadas para educar en la antifragilidad y así formar generaciones menos blanditas?
Sin lugar a duda, la respuesta es positiva. Los educadores, estamos llamados a preparar jóvenes como juncos, con raíces fuertes y tallos que se doblen para distintos lados según la dirección de los vientos pero que no se quiebren. No se pretende la robustez del árbol de tronco duro que no se dobla, pero se puede quebrar- resultando en definitiva frágil- Se busca lo flexible, duradero como el junco que siempre se levanta después del temporal. Lo que se rescata de Taleb, aplica a la educación frente al desorden de la vida, o frente a los diferentes vientos.
En ese sentido, la antifragilidad ante a un factor problemático, dañino o estresante puede provocar cierta incomodidad al principio, pero, en definitiva, beneficia la respuesta asertiva por previsión anticipada, conduciendo a las jóvenes en formación a alguna expresión positiva preventiva de su posible blandura o debilidad. Al mismo tiempo la antifragilidad en los padres evita su actividad como helicópteros sobrevolando a los hijos creyendo que así cuidan y educan, en lugar de bucear en las profundidades de su interioridad y la de sus hijos.
Los motores funcionan con nafta y las personas con el combustible de la conciencia y la educación. Tal vez, no necesitemos formar hijos leones ni ser padres tigres o madres tigresas, se trata más bien de ser antifrágiles que se doblen pero que siempre se puedan levantar. En el momento final del ciclo educativo vale la pena reflexionar cómo somos y cómo educamos.

Lic. en Ciencias de la Educación (UBA) y Dra. en Filosofía Y Educación con reconocimiento “Cum Laude”. Especialista en Ciencias Sociales y Educación a Distancia.
Docente y directiva en el nivel secundario y universitario. Dictó cursos y seminarios sobre su especialidad en Argentina, América y Europa. Publicó artículos en revistas científicas en el país y en el extranjero.
Escribió libros académicos y de divulgación científica referidos a educación, nuevas tecnologías, juego y trabajo. Emprendió la creación y luego la gestión de una radioeducativa escolar, movida por la percepción del poder educador de los medios de comunicación.
Ha recibido el Premio a la Excelencia Educativa otorgado por la Federación de Cámaras de Comercio del Mercosur. Actualmente es profesora en Maestrías en UCES y Directora de la Lic. en Periodismo de Universidad Maimónides